Oh Dios inmutable, Bajo la convicción de tu Espíritu aprendo que mientras más hago, peor soy, mientras más conozco, menos conozco, mientras más santidad tengo, más pecador soy, mientras más amo, más necesidad de amar veo. ¡Oh qué miserable hombre soy!
Oh Señor, Tengo un corazón salvaje, y no puedo permanecer tranquilo en tu presencia; actúo como las aves ante los hombres. ¡Cuán poco amo tu verdad y tus caminos!
Descuido la oración, pensando que he orado lo suficiente o que lo he hecho ardientemente, por saber que has salvado mi alma.
De todos los hipócritas, concede que yo no sea un hipócrita evangélico, que peca con mayor seguridad porque la gracia abunda, que le dice a sus pasiones que la sangre de Cristo las limpia, que razona que Dios no puede arrojarle en el infierno, porque está salvo, que ama la predicación evangélica, las iglesias, a los cristianos, pero vive impíamente.
Mi mente es un balde sin fondo, no tiene entendimiento espiritual, ni deseo por el Día del Señor, que siempre está aprendiendo pero nunca alcanza la verdad, siempre en la fuente del evangelio pero nunca reteniendo agua.
Mi conciencia se encuentra sin convicción ni contrición, no siente nada de qué arrepentirse.
Mi voluntad está desprovista de poder de decisión o resolución.
Mi corazón no tiene afecto y está lleno de filtraciones.
Mi memoria no retiene, olvidando así fácilmente las lecciones aprendidas, y tus verdades se fugan y se van.
Dame un corazón quebrantado que pueda llevar a casa el agua de la gracia.
Por Por Arthur Bennett – editor del libro “The Valley of Vision”
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