En la vida obedecemos a un montón de personas, a
nuestros padres, abuelos, tíos, a nuestros maestros, jefes de trabajo, a
nuestro cónyuge, etc., también obedecemos a nuestras emociones, la ira, el
temor, la alegría, etc.
Prácticamente obedecemos toda la vida en diferentes
formas. Seguramente hemos aprendido,
que, no obedecer tiene consecuencias no favorables, sobre todo cuando fuimos
niños.
También hemos aprendido que a veces obedecer, no
tiene buenas consecuencias; esto es porque a las personas que obedecemos son
humanos y se equivocan. O porque nos dejamos emocionar y luego nos
arrepentimos.
Sin importar que creamos si obedecer es bueno o
malo, invariablemente la mayoría de nosotros mismos, damos órdenes a otros,
¿Por qué? Porque entendemos de la importancia de obedecer, nos hace más
humildes, es aceptar que no todo lo sabemos.
Pero cuando se trata de Dios, nos cuesta tanto
trabajo obedecerlo. Incluso lo cuestionamos, ¿por qué tengo que perdonar?, ¿por
qué tengo orar?, ¿por qué tengo que leer la Biblia?, ¿por qué debo ir a la
iglesia? Irónicamente, le cuestionamos a Dios todo. Y digo irónicamente porque,
Dios no falla. Él es perfecto, no tenemos porque dudar de su consejo, Dios no
se equivoca.
Aprendamos de Jesús, Él no tenía porque bautizarse,
a diferencia de nosotros, Él no tenía nada de qué arrepentirse, pero no
cuestionó al Padre, el no dijo ¿por qué yo? ¿Qué he hecho para merecer esto?
Jesús entendía perfectamente que obedecer la voluntad de su Padre era lo mejor.
Simplemente obedeció.
Podemos obedecer a quien queramos, a los hombres, a
las emociones o a Dios. ¿A quién quieres
obedecer?
Amenazaron de meter a la cárcel a los discípulos de
Jesús, para que no hablaran más acerca de la buena noticia de Dios. “Respondiendo
Pedro y los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres.”
Obedecer a Dios, nos conviene
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