Tiempo atrás, formé parte de un equipo de trabajo para un proyecto en común de la Iglesia a la que asisto. A cada uno de nosotros nos tocó realizar un trabajo completamente distinto, pero relacionado con nuestra especialidad. Una amada hermana anunció enfáticamente un par de meses antes del evento que iba a tener los costosos elementos tecnológicos que necesitaba para cuando llegara el momento. Simplemente porque se lo había pedido al Señor y El se lo iba a dar.
Honestamente, dudé. Algo no estaba bien y la realidad me dio la razón al final. Cuando llegó el momento del evento, ella no disponía de la tecnología con la que tan absolutamente seguro dijo que contaría.
¿Qué había pasado? La reflexión me dio la respuesta y es muy simple. Somos nosotros los que estamos al servicio de Dios y no El a nuestro servicio.
Está muy bien que le pidamos cosas a Dios. El mismo nos dice que podemos hacerlo. Pero son más de las veces que nuestra conciencia nos permite ver, las que olvidamos que aún así, El no está a nuestro servicio y que con esa larga lista de solicitudes que incluyen nuestras oraciones en muchas oportunidades le estamos ordenando la agenda y el trabajo a Dios para que haga cosas a nuestro favor, como si fuera Él quien se encontrara a nuestra entera disposición y servicio.
¡¡Concentrémonos en servirle!!
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